Con
afanes de sano desvelo,
la
elefanta, tres kilos más flaca,
cuidadosa
se sube a la hamaca,
por
no darse un porrazo en el suelo.
En
la selva se armó tal revuelo,
que
prudente, la urraca,
en
mitad de tamaña alharaca,
armó
el nido más cerca del cielo.
En
su casa, el señor elefante,
por
temor a “accidente
colgante”
pidió
parte de ausencia al trabajo.
—Hamacarse,
por ley, no es delito,
retrucaba
su esposa en un grito.
—Sépanlo,
yo de acá, no me bajo. ©Del libro Oceanario
Recitado en el Café Montserrat y Radio UAI
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