jueves, 23 de abril de 2015

Odisea

Con el curro naval de andar de viaje
por las islas azules del Egeo,
Ulises (Odiseo),
va sumando sirenas y millaje.
Su paciente mujer le teje un traje
que desteje después y en tal jaleo
van pasando los meses al boleo,
lo mismo que la estela del oleaje.
Rituales de madejas y deberes
que guarda bajo llave
y Ulises que no da noticia alguna;
se cuentan por docenas las mujeres
subidas a la nave,
y su jermu más sola que la una.

Del libro De diluvios y andenes.

4 comentarios:

  1. Penélope

    ¿Dónde estarás, amor? ¿Qué extraños mares
    surcas bajo la cólera violenta
    de vengativos dioses, mientras lenta
    cada noche acentúa mis pesares?

    Me siento extraña en nuestros propios lares,
    sujeta a las presiones y a la afrenta
    de cada advenedizo, que acrecienta
    su ambición entre copas y cantares.

    No tardes, apresura tu regreso,
    que se me ha helado ya el último beso,
    y mi cuerpo ha olvidado tu calor.

    Que estoy, como el fiel Argos, desvalida,
    ciega y sorda sin ti, casi sin vida,
    pero guardando incólume mi amor.

    Winnipeg, 20 de octubre de 1999.

    Francisco Alvarez Hidalgo.

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  2. Penélope, en la mitología griega, hija de Icario, rey de Esparta, mujer de Ulises, rey de Ítaca, y madre de Telémaco..

    En la vida de Ulises falta alguien. Alguien que le otorgue calma en las horas de angustia y alivie el peso de su soledad. Para cumplir los designios del Destino, él necesita una compañera.
    Elige la mujer más bella de Grecia; Helena, hija de Tíndaro rey de Esparta. Pero cuando llega allí, dispuesto a pedir la mano de la muchacha, se encuentra con una desagradable sorpresa: Helena tiene tantos pretendientes que para conseguirla tendría que desatar una guerra.

    Frente a dicha situación Ulises se prepara para dejar la corte de Tíndaro y emprender el viaje de retorno, cuando una figura femenina llama su atención. Es Penélope, prima de Helena, que ha venido a aconsejar a la princesa en indecisión.
    Enamorados a primera vista, ambos jóvenes recorren mudos la estancia del palacio. Una fuerza mágica los une en un largo beso. Poco después y como si se conocieran desde hace años parten juntos para Itaca.
    Ni los dioses, ni los hombres, ni el propio Destino podrán separarlos definitivamente.

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  3. Inclinada sobre la blanca cuna Penélope entona suaves melodías para acunar al pequeño Telémaco. En el balcón Ulises mira el cielo estrellado. Ni Ulises ni Penélope se imaginan que les aguarda una tempestad de acontecimientos contarios a la alegría y contrarios al amor.

    La noticia no tarda en llegar; Helena ha sido raptada por Paris, príncipe troyano, y su marido Menelao, convoca a todos los guerreros griegos para luchar a su lado (Ulises, mudo de espanto recuerda la estratagema que se ideó para ayudar a Tíndaro, los pretendientes de Helena deberían ayudar al elegido a conservar a su mujer).

    ¿Tendrá que abandonar su familia y su patria por una guerra que no respeta? Desesperado, intenta simular locura, pero Palamedes lo desenmascara poniéndole a su hijo Telémaco en un momento que simulaba furor y locura que el héroe se ve obligado a interrumpir para no matar a su hijo. Ulises, obligadamente debe partir.

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  4. Penélope,
    con su bolso de piel marrón
    y sus zapatos de tacón
    y su vestido de domingo.
    Penélope
    se sienta en un banco en el andén
    y espera que llegue el primer tren
    meneando el abanico.

    Dicen en el pueblo
    que un caminante paró
    su reloj
    una tarde de primavera.
    "Adiós amor mío
    no me llores, volveré
    antes que
    de los sauces caigan las hojas.
    Piensa en mí
    volveré a por ti..."

    Pobre infeliz
    se paró tu reloj infantil
    una tarde plomiza de abril
    cuando se fue tu amante.
    Se marchitó
    en tu huerto hasta la última flor.
    No hay un sauce en la calle Mayor
    para Penélope.

    Penélope,
    tristes a fuerza de esperar,
    sus ojos, parecen brillar
    si un tren silba a lo lejos.
    Penélope
    uno tras otro los ve pasar,
    mira sus caras, les oye hablar,
    para ella son muñecos.

    Dicen en el pueblo
    que el caminante volvió.
    La encontró
    en su banco de pino verde.
    La llamó: "Penélope
    mi amante fiel, mi paz,
    deja ya
    de tejer sueños en tu mente,
    mírame,
    soy tu amor, regresé".

    Le sonrió
    con los ojos llenitos de ayer,
    no era así su cara ni su piel.
    "Tú no eres quien yo espero".
    Y se quedó
    con el bolso de piel marrón
    y sus zapatitos de tacón
    sentada en la estación.

    Joan Manuela Serrat.

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